Camino de Santiago de la Mancha. Las Mesas – Manjavacas

Introducción

            Las Mesas es una villa perteneciente al Marquesado de Villena, pero más ligada a las villas cercanas de la Mancha Santiaguista que al alfoz de Alarcón o Belmonte. Su separación fue en época ya muy lejana, cuando el rey Fernando III el Santo mandó al obispo de Cuenca que pusiera orden en las peleas por la tierra que mantenían el concejo de Alarcón y la Orden de Santiago; la víspera de San Miguel, 28 de septiembre de 1241, fueron poniendo mojones desde el río Gigüela, cerca de Segóbriga, por los alcores de la Sierra Jablameña, en el pozo del Finojoso, el pozo del Aljibe, hasta llegar a Las Mesas Rubias, lo de la derecha para la Orden, lo de la izquierda para Alarcón; así Las Mesas Rubias quedó en Alarcón, pero con muchos intereses en Socuéllamos, Santa María de los Llanos y La Mota.

            Manjavacas, Maniavacas, es un despoblado de la Orden de Santiago, que ya se menciona como villa en el año de 1243, en el repartimiento de tierras entre el concejo de realengo de Alcaraz y la Orden, con su gran maestre, don Pelay Pérez Correa, a la cabeza. Subsistió al primer repoblamiento de la Orden, siendo villa importante en el camino medieval de Toledo a Murcia, pero, finalmente, se despobló hacia el año 1470, aunque hubo un intento de repoblación a principios del siglo XVI; sus habitantes, en una larga hégira que duró unos cien años, poblaron otro lugar en el paraje de la Sierra, a la falda de una importante fortaleza de la Orden de Santiago que recibía el nombre de La Mota del Cuervo, y como ellos no tenían nombre para el nuevo lugar que estaban poblando adoptaron el mismo de la fortaleza, y se llamaron a sí mismos La Mota del Cuervo. Allí, en Manjavacas, solo quedó una ermita que continúa resplandeciendo más que el sol y la luna juntos, la ermita de Ntra. Sra. del Antigua de Manjavacas, donde los moteños acuden cada día a saludarla, presentarle sus respetos y solicitar su ayuda y bendición.

Las Mesas

A Las Mesas iii

A Manja Vacas i

            En la última etapa quedamos en el portal a colgadizo de la iglesia de la Asunción de Las Mesas, donde comenzamos la nueva. Bajamos por la calle de la Iglesia, calle Mayor, Plaza de España, hasta llegar a la casa del cura en la calle Don Ángel Moya.

              D. Julián, cura párroco de Las Mesas, moteño de nacimiento, nos está esperando; hoy le toca ir a Cuenca y nos recibe muy temprano. Es una persona muy amable y cariñoso, como no podía ser menos por ser cura y de La Mota. Conversamos un buen rato y comentamos sobre la vivienda asignada al beneficio curado, una casa de las que pocas quedan en la Mancha Santiaguista, de tapiería de tierra, con sus bovedillas en el techo y su estructura manchega, pero, por desgracia, difícil de conservar y más pronto que tarde verá su fin a manos de la piqueta.

            Abandonamos el pueblo por el Camino de Hontanilla y Camino de Pedro Muñoz con un frío invernal, estamos a dos grados bajo cero y procede cubrir bien cabeza y cuerpo, bien se ve en los rostros la baja temperatura.

            Cruzamos el puentecillo sobre el Río del Taray que pronto se convertirá en el Río de las Ánimas. Taray que recibe el nombre de ese arbusto tan común en la Mancha Santiaguista, que llega a alcanzar tres metros de altura y que vive junto a los ríos y lagunas endorreicas de nuestra zona. Enseguida llegamos al velódromo que no se encuentra en muy buenas condiciones de mantenimiento, y no sé si de uso.

Tomamos de nuevo camino entre los áridos campos castellanos.

            El sol comienza a calentar y nosotros a sudar por el esfuerzo, así que comenzamos a desprendernos de lo superfluo, primero la capucha y, más tarde, todo lo demás. Tras un buen trecho y sortear varios caminos (la Mancha Santiaguista es transitable y un gran cruce de caminos que lleva a todos los lugares conocidos) llegamos hasta el puentecillo sobre el río Saona, Sahona o Caude por el lugar de Las Huertas; antiguo cauce cubierto de molinos harineros, como el Arriburra, y hoy día una mera acequia sin nada con qué alimentar a la tierra.

            Sigue el camino entre campos maltratados y otros que renacen a la sombra del vino, los nuevos parrales y el mar verde esmeralda en que se está convirtiendo la Mancha Santiaguista, sin olvidar las pequeñas quinterías con su cal y zócalo de añil manchego.

            Tomamos dirección norte dejando a un lado la Laguna de Melgarejo y muy al sur la de Navaluenga, estamos entrando al impresionante complejo lagunar de Manjavacas; aunque nuestro primer objetivo es llegar hasta la Casa de Castilla, aquella gran quintería que servía a su dueña, La Serrana, de reposo y refresco en los calurosos veranos manchegos, que conoció un gran esplendor y hoy día se apaga lentamente en su miseria.

Reanudamos camino hacia La Dehesilla; de nuevo la vid, siempre la vid.

            La Mancha se está despoblando ¿hay alguien que lo pueda remediar? Sólo quedan los restos y miserias de los siglos y glorias pasadas.

Aunque también hay ingenieros en la Mancha.

            Pronto atisbamos La Dehesilla y la laguna que lleva su nombre, pero sin una gota de agua se ha convertido en un páramo blanquecino y grisáceo. Lugar que antaño perteneció al comendador de Socuéllamos, don Antonio de Mendoza, el hijo del Gran Tendilla, el primer virrey de Nueva España que conoció glorias mejores y que no hubiese consentido que La Dehesilla no fuera uno de los mejores lugares de la tierra.

            Bordeamos la casa de La Dehesilla porque andan perros sueltos y no es cuestión de tener un percance. Continuamos andando por lo que debía ser laguna y ahora es terreno baldío. Encontramos abandonada una piedra labrada que debió pertenecer a alguna edificación de importancia; nuestra desidia por nuestro pasado es muy grande ¡Así nos va!

            Continuamos por caminos lagunares que deberían estar cubiertos de agua y llegamos a la Laguna de Manjavacas; dice el cartel que es una parada obligada, y así lo creo yo.

            Tomamos el camino peatonal y el puente de madera entre los carrizos y la Acequia Madre, aquella que por cruzarla cobraban pontazgo en Manjavacas en la Edad Media. A lo lejos la luz de Ntra. Sra. de Manjavacas es una guía para el caminante peregrino.

            Vamos camino de la ermita, pero antes subiremos a contemplar la laguna desde la torre de observación de madera. El Camino de Santiago del Sureste sí está aquí indicado.

            Ya en la ermita nos está esperando mi amigo moteño José Miguel Cano Izquierdo que, con la amabilidad que le caracteriza, ha venido a recibirnos a pesar de su dolencia de la pierna. Rezamos y pedimos a nuestra Virgen que nos cuide, que cuide a toda nuestra familia y a los moteños.

            Pero no todo va a ser camino, ya en La Mota nos sentamos a la mesa del restaurante “Ruri´x” mi amigo el Chef Mocetón, para mi gusto el mejor restaurante de La Mota; sólo con probar su morteruelo, el mejor de la provincia de Cuenca, ya quedarán todos contentos.